jueves, 13 de abril de 2017

[BoffSemanal] Los crucificados de hoy y el Crucificado de ayer

Los crucificados de hoy y el Crucificado de ayer

2017-04-12


Hoy la mayoría de la humanidad vive crucificada por la miseria, por el hambre, por la escasez de agua y por el desempleo. También está crucificada la naturaleza devastada por la codicia industrialista que se niega a aceptar límites. Crucificada está la Madre Tierra, agotada hasta el punto de haber perdido su equilibrio interno, que se hace evidente por el calentamiento global.

El mirar religioso y cristiano ve a Cristo mismo presente en todos estos crucificados. Por haber asumido totalmente nuestra realidad humana y cósmica, él sufre con todos los que sufren. La selva que es derribada por la motosierra son golpes en su cuerpo. En nuestros ecosistemas diezmados y las aguas contaminadas, él continúa sangrando. La encarnación del Hijo de Dios estableció una misteriosa solidaridad de vida y de destino con todo lo que él asumió, con toda nuestra humanidad y todo lo que ella supone de sombras y de luces.

El evangelio más antiguo, el de san Marcos, narra con palabras terribles la muerte de Jesús. Abandonado por todos, en lo alto de la cruz, se siente también abandonado por el Padre de bondad y de misericordia. Jesús grita:
«"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Y dando un fuerte grito, Jesús expiró"» (Mc 15,34.37).

Jesús no murió porque todos morimos. Murió asesinado de la forma más humillante de la época: clavado en una cruz. Pendiendo entre el cielo y la tierra, agonizó en la cruz durante tres horas.

El rechazo humano pudo decretar la crucifixión de Jesús, pero no puede definir el sentido que él dio a la crucifixión que le fue impuesta. El Crucificado definió el sentido de su crucifixión como solidaridad con todos los crucificados de la historia que, como él, fueron y serán víctimas de la violencia, de las relaciones sociales injustas, del odio, de la humillación de los pequeños y del rechazo a la propuesta de un Reino de justicia, de fraternidad, de compasión y de amor incondicional.

A pesar de su entrega solidaria a los otros y a su Padre, una terrible y última tentación invade su espíritu. El gran choque de Jesús ahora que agoniza es con su Padre.

El Padre que él experimentó con profunda intimidad filial, el Padre que él había anunciado como misericordioso y lleno de bondad, Padre con rasgos de madre tierna y cariñosa, el Padre cuyo Reino él proclamara y anticipara en su praxis liberadora, este Padre ahora parece haberlo abandonado. Jesús pasa por el infierno de la ausencia de Dios.

Hacia las tres de la tarde, minutos antes del desenlace final, Jesús gritó con voz fuerte: "Elói, Elói, lamá sabachtani: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Jesús está al ras de la desesperanza. Del vacío más abisal de su espíritu irrumpen interrogaciones pavorosas que configuran la más sobrecogedora tentación sufrida por los seres humanos, y ahora por Jesús, la tentación de la desesperación. Él se pregunta:
"¿Será que fue absurda mi fidelidad? ¿Sin sentido la lucha llevada a cabo por los oprimidos y por Dios? ¿No habrán sido vanos los peligros que corrí, las persecuciones que soporté, el humillante proceso jurídico-religioso en el que fui condenado con la sentencia capital: la crucifixión que estoy sufriendo?"

Jesús se encuentra desnudo, impotente, totalmente vacío delante del Padre que se calla y con eso revela todo su Misterio. No tiene a nadie a quien agarrarse.

Según los criterios humanos, Jesús fracasó completamente. Su propia certeza interior desaparece. Pero a pesar de haberse puesto el sol en su horizonte, Jesús continúa confiando en el Padre. Por eso grita con voz fuerte: "¡Padre mío, Padre mío!". En el punto máximo de su desespero, Jesús se entrega al Misterio verdaderamente sin nombre. Será su única esperanza más allá de cualquier seguridad. No tiene ya ningún apoyo en sí mismo, solo en Dios, que se ha escondido. La absoluta esperanza de Jesús solo es comprensible en el supuesto de su absoluta desesperación. Donde abundó la desesperanza, sobreabundó la esperanza.

La grandeza de Jesús consistió en soportar y vencer esta temible tentación. Esta tentación le propició una entrega total a Dios, una solidaridad irrestricta con sus hermanos y hermanas, también desesperados y crucificados a lo largo de la historia, un total despojamiento de sí mismo, un absoluto descentramiento de sí en función de los otros. Solo así la muerte es muerte y podrá ser completa: la entrega perfecta a Dios y a sus hijos e hijas sufrientes, sus hermanos y hermanas más pequeños.

Las últimas palabras de Jesús muestran esta entrega suya, no resignada y fatal, sino libre: Padre, en tus manos entrego mi espíritu (Lc 23,46). Todo está consumado (Jn 19,30).

El viernes santo continúa, pero no tiene la última palabra. La resurrección como irrupción del ser nuevo es la gran respuesta del Padre y la promesa para todos nosotros.     

       

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viernes, 7 de abril de 2017

[BoffSemanal] Planetización/globalización

Planetización/globalización

2017-04-07



En el momento presente hay una fuerte confrontación con el proceso de globalización, exacerbada por Donald Trump, que ha reforzado fuertemente "Estados Unidos en primer lugar", o mejor dicho, "solo Estados Unidos". Promueve una guerra contra las corporaciones globalizadas en favor de las corporaciones dentro de Estados Unidos.

Es importante entender que se trata de una lucha contra los grandes conglomerados económico-financieros que controlan gran parte de la riqueza mundial, en manos de un número pequeñísimo de personas. Según J. Stiglitz, premio Nobel de economía, tenemos un 1% de multimillonarios contra un 99% de dependientes y empobrecidos.

Este tipo de globalización es de carácter económico-financiero, dinosáurica; al decir de Edgar Morin, la fase de hierro de la globalización. Pero la globalización es más que la economía. Se trata de un proceso irreversible, una nueva etapa de la evolución de la Tierra a partir del momento en que la descubrimos viéndola desde afuera, como nos lo comunicaron los astronautas desde sus naves espaciales. Ahí quedó claro que Tierra y Humanidad forman una única entidad compleja.

El testimonio del astronauta estadounidense John W. Young, en el quinto viaje a la luna el 16 de abril de 1972, es impactante: «Abajo está la Tierra, el planeta azul-blanco, bellísimo, resplandeciente, nuestra patria humana. Desde aquí puedo meter la luna en la palma de mi mano. Desde esta perspectiva no hay blancos ni negros en ella, ni divisiones entre Oriente y Occidente, comunistas y capitalistas, norte y sur. Todos formamos una sola Tierra. Tenemos que aprender a amar a este planeta del cual somos parte».

A partir de esta experiencia se vuelven proféticas y provocadoras las palabras de Pierre Teilhard de Chardin ya en 1933: «La edad de las naciones ha pasado. Si no queremos morir, es el momento de sacudirnos los viejos prejuicios y construir la Tierra. La Tierra no será consciente de sí misma por ningún otro medio sino por una crisis de conversión y de transformación». Esta crisis se ha instalado en nuestras mentes: ahora somos responsables de la única Casa Común que tenemos. Y hemos inventado los medios para nuestra propia autodestrucción, lo que aumenta aún más nuestra responsabilidad sobre todo el planeta.

Si nos fijamos bien, esta toma de conciencia irrumpió en los albores del siglo XVI, precisamente en 1521, cuando Magallanes dio la vuelta por primera al globo terrestre, comprobando empíricamente que la Tierra es redonda, y que podemos llegar a ella desde cualquier punto donde estemos.

Inicialmente la globalización se llevó a cabo en forma de occidentalización del mundo. Europa comenzó la aventura colonial e imperialista de conquista y dominación de todas las tierras descubiertas y por descubrir, puestas al servicio de los intereses europeos corporificados en la voluntad de poder que bien podemos traducir como voluntad de enriquecimiento ilimitado, imposición de la cultura blanca, de sus formas políticas y de su religión cristiana.

Desde las víctimas de este proceso, esta aventura se hizo bajo una gran violencia, con genocidios, etnocidios y ecocidios. Ella significó para la mayoría de los pueblos un trauma y una tragedia, cuyas consecuencias se dejan sentir hasta hoy en día, también entre nosotros que hemos sido colonizados, que introdujimos la esclavitud y nos rendimos a las grandes potencias imperialistas.

Hoy tenemos que rescatar el sentido positivo y esencial de la palabra planetización, palabra mejor que globalización, debido a su connotación económica. El 22 de abril de 2009 las Naciones Unidas oficializaron la nomenclatura Madre Tierra para darle un sentido de algo vivo que debe ser respetado y venerado como hacemos con nuestras madres. El papa Francisco divulgó la expresión Casa Común para mostrar la profunda unidad de la especie humana que habita en un mismo espacio común.

Este momento es un paso adelante en el proceso de geogénesis. No podemos retroceder y cerrarnos, como pretende Trump, en nuestros límites nacionales con una conciencia disminuida. Tenemos que adecuarnos a este nuevo paso que la Tierra ha dado, este superorganismo vivo, según la tesis de Gaia. Nosotros somos el momento de conciencia y de inteligencia de la Tierra. Por eso somos la Tierra que siente, piensa, ama, cuida y venera. Somos los únicos seres de la naturaleza cuya misión ética es cuidar de esta herencia sagrada, hacer que sea un hogar habitable para nosotros y para toda la comunidad de vida.

No estamos correspondiendo a este llamamiento de la propia Tierra. Por eso tenemos que despertar y asumir esta noble misión de construir la planetización.   


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miércoles, 5 de abril de 2017

¿POR QUÉ EL PAPA FRANCISCO SOSTIENE QUE NUESTRA ECONOMÍA 'MATA'?

¿POR QUÉ EL PAPA FRANCISCO SOSTIENE QUE NUESTRA ECONOMÍA 'MATA'?

José I. Gonzáles Faus - 2017


Etimológicamente, el interés designa algo que está entre la realidad y yo (inter-esse): así me vincula y me pone en relación con las cosas. Pero la palabra degenera cuando su significado principal pasa a ser el de "beneficio económico": de modo que lo único que me pone en contacto con la realidad es la posibilidad de lucro.

Eso explica por qué Francisco sostiene que nuestra economía "mata". He leído artículos que, queriendo defender la enseñanza social de este papa, parecen tropezar cuando afrontan esa frase tan dura: quizá Francisco sólo quería decir que mata cuando la gestionamos mal, etc.

Pues no: nuestra economía mata porque está fundada en el robo con guante blanco, en la mentira bien vestida, en la explotación y en la falta de respeto.

Veamos:
1. Fundamental en nuestro sistema es el crédito y el interés. Pero éste último se ha convertido hoy en usura pura y dura: de ser compensación razonable por una pérdida o un riesgo, ha pasado a ser un lucro gratuito. Si el prestamista gana sólo por prestar, eso es claramente usura. La filosofía griega, el islam y el primer cristianismo son muy duros con la usura. Aristóteles la compara al proxenetismo: aprovechar la necesidad del otro para el enriquecimiento propio. Y escribe que es "la más aborrecible de todas las formas de obtener dinero, porque en ella la ganancia procede del dinero mismo y no de los objetos naturales". Si hoy eso nos parece anormal, debe ser por aquello de que "nuestro mundo ha perdido el sentido del pecado". Pero aplicando esa frase donde debe ser aplicada...

2. Ese atraco del interés se apoya además, como ya sugería Aristóteles, en la mentira de que el dinero es fecundo por sí mismo. Pero el dinero sólo puede ser oportunidad, nunca causa de riqueza. Su presunta fecundidad se apoya además en otra ficción: el dinero que me presta el Banco no es tal: el Banco me da un dinero que no tiene (pues en cada momento los Bancos están prestando mucho más dinero del que tienen y es falsa la idea de que el Banco presta con los depósitos de los ciudadanos). El Banco lo que hace es darme una especie de aval o de ficción, poniendo en mi cuenta unas cifras con las que yo podré empezar a invertir. Y por ese dinero que no me ha dado, el Banco me cobrará unos intereses grandes mientras que, por el dinero que yo le he depositado, me dará un interés mínimo, ridículo (que luego además recupera en comisiones por sacar de un cajero etc.)
Buen ejemplo lingüístico: en griego, tiktô significa engendrar, de ahí viene vg. tokós (padre, engendrador); y en griego moderno el interés se llama toketós (= engendrado). El dinero queda así, como una especie de semilla: un germen vital que, con sólo caer en buena tierra, ya fructifica.

3. Esa fábula del dinero, falso y fecundo a la vez, tiene que acabar fallando, sea porque a uno no le salen los negocios o porque lo dilapida. Así se producen las crisis que por eso, según Piketty y otros economistas, son intrínsecas a nuestro mercado y más cuanto más perfecto mercado sea. En las crisis, la reacción lógica es ir a sacar el dinero de los Bancos, pero resulta que éstos ya no lo tienen. Con lo que el estado habrá de sostenerlos (¡con dinero de los ciudadanos!) para evitar que se pierdan los depósitos de la gente. Así se acuñó la más criminal de las defensas: el "too big to fail" ("demasiado grande para dejarlo caer"). Como si dijera: no podemos tocar a los Bancos porque tienen armamento atómico...
Y claro: si el Banco siempre está seguro y el ciudadano nunca lo está, esa es una economía que mata. Si, cuando se derrumba esa fábula del dinero fecundo por sí mismo, lo pagan los otros, no el Banco que se aprovechaba de ella, entonces esa economía tiene que matar como el arsénico, por más que nos digan que es "arsénico por compasión".

4. Finalmente, en una sociedad donde todo es mercantil y donde cada cual aspira a tragarse al otro buscando el máximo interés, la única manera de crear empleo es no pagarlo, o darle una calderilla de hambre. Marx todavía hablaba de pagar "lo justo para que pueda reponer su fuerza de trabajo"; hoy ni eso: porque si no repone sus fuerzas siempre hay una multitud esperando poder ocupar su puesto. ¿Cómo no va a matar esa economía?

Ya hace tiempo fue acuñada la expresión "capitalismo de casino". Quiere decir que nuestro sistema económico es como uno de esos juegos de cartas donde uno puede apostar fuerte con poco juego; pero asusta a los demás y, a lo mejor, gana. La única diferencia con los casinos reales es que, cuando en nuestro capitalismo falla la treta y el jugador pierde la partida, no pierde él el dinero que apostó: ese dinero lo perderá el croupier, o el repartidor por las cartas que dio, o el portero por haberle dejado entrar...

Ladrona, mentirosa, explotadora e impune. Y gracias a eso eficaz. Dígame Ud. si esa economía no ha de matar. Por eso creo que lo más negativo de nuestra política es la hipocresía de la derecha y el simplismo de la izquierda. Pero éste queda para otro día.

José I. González Faus, sj.
Religión Digital

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