lunes, 28 de noviembre de 2011

ADVIENTO2011, HILO2: Tejiendo alianzas por la seguridad humana (MPF2012)

HILO 2
Tejiendo alianzas por la seguridad humana

Alianzas por la seguridad ciudadana y derechos humanos

VER
Las dificultades para ejercer el derecho a la seguridad en América Latina

En América Latina[1] la tasa de homicidios es de 25.6[2], cuando la tasa mundial es de 9.2. Entre jóvenes de 15 a 29 años, la tasa regional es de 68.6. Los homicidios contra hombres son 10 veces más numerosos que los que afectan a mujeres, pero en el caso de las mujeres estos sucesos se relacionan en general con violencia sexual, haciendo que la situación de inseguridad de las mujeres sea mucho más grave. La tasa de muertes por accidentes de tránsito es de 18.1 y por suicidio es de 5.6. No es casual que, de acuerdo con el Latinbarómetro 2007, el crimen y la violencia son considerados los problemas más importantes en todos los países latinoamericanos, de modo que 73% de sus habitantes siente temor de sufrir un delito violento y 63% considera que su país es muy inseguro.

En este contexto, la ONU señala tres importantes desafíos para la seguridad en América Latina, que afectan a las mujeres, la población juvenil y las personas que pertenecen a alguna minoría[3]:
·         La violencia de género, tanto en el ámbito de la vida privada como en el de la pública; en México, esto supone a más de la mitad de la población.
·         Las limitaciones para el desarrollo de las y los jóvenes, que les hace vivir esta etapa en condiciones de riesgo; para el caso de México, se afecta así a 3 de cada 10 habitantes.
·         La discriminación contra cualquier minoría, que pone de manifiesto la necesidad de superar estereotipos que terminan afectando al resto de la población.

Así, aunque México al igual que la mayoría de los países latinoamericanos ha sobrepasado a otras regiones en vías de desarrollo durante las últimas décadas por su capacidad para generar riqueza, el país es conocido mundialmente por sus elevados niveles de desigualdad y violencia, lo cual dificulta la consolidación de una democracia real y vacían de sentido la débil democracia formal que a duras penas se ha ido implantando[4], de modo que la vida social se fragmenta al imponerse la ley de “sálvese quien pueda”; en este ambiente el tejido social se desvanece y lo único “realista” parecen ser las alianzas “pragmáticas”, sin referencia a la dignidad humana o al bien común, orientadas a la supervivencia o a la conquista del poder.

JUZGAR
Alianzas para la seguridad ciudadana

Tradicionalmente la problemática de la inseguridad ha sido atendida desde enfoques de “prevención” o “lucha contra” el delito o el crimen, es decir, contra los síntomas del malestar social, buscando conservar el “orden público” y reprimiendo toda forma de descontento. Bajo este enfoque, se clasifica a las personas en “gente de bien”, que no se mete en problemas y se dedica “pacíficamente” a “sus” asuntos, mientras que la “mala gente” es sospechosa de “andar en malos pasos” y por eso “les va como les va”: son pobres, causan sospecha, se visten mal, etc.

En esta lógica egoísta, el tejido social consta de relaciones de conveniencia entre “gente decente”, mientras que a la “gente sospechosa” debe tratársele con “cero tolerancia” y “mano dura” para que haya “limpieza social”.

Sin embargo, la paz de Jesús no es la “paz del mundo”. En la escena de su presentación en el Templo, es recibido por Zacarías como “Signo de contradicción” (Lc 2, 34-35). En su ministerio, Jesús es visto como sospechoso por el tipo de gente que le acompaña (Mt 9, 10-13) y afirma que no vino a traer paz sino guerra y espada (Mt 10,34-42), es decir, paz verdadera, no la “pax romana” de los sepulcros, sino la de los vivientes que implica el conflicto y su auténtica superación por medio del diálogo incluyente y respetuoso, donde los diferentes actores puedan corresponsabilizarse de construir cotidianamente un tejido social con base en la paz con justicia y dignidad, incluyente de los derechos de todas las personas y todos los colectivos, en armonía con el ambiente.

Esto coincide con lo que expresa el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la Asamblea General de la ONU en 1948: la aspiración más elevada de la humanidad es “el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria” accedan al progreso social y a la mejora en su nivel de vida “dentro de un concepto más amplio de la libertad”, cuya garantía es responsabilidad de los Estados Miembros. El Derecho a la Seguridad se entiende como el derecho a la certidumbre de que se contará con oportunidades y condiciones reales para que las personas y los colectivos puedan vivir sin carencias ni amenazas que limiten sus oportunidades de optar por un estilo de vida digno, gratificante y útil.

¿Cómo buscar esta seguridad cuando se “gobierna” por medio de la “guerra contra el crimen” y se nos asegura a hora y deshora que es para “vivir mejor”? ¿Con qué “gente sospechosa” aliarnos de modo que fortalezcamos los caminos de Jesús?

Para explorar algunas respuestas, la memoria de las demandas sociales es como siempre de gran ayuda. ¿A quiénes se ha señalado como adversarios del orden social por denunciar las injusticias y exigir respeto incondicional a los derechos de todas y todos? ¿Quiénes han estado buscando acceso de las personas más marginadas a servicios de salud, educación y vivienda dignas? ¿Quiénes han hecho alianzas que privilegian únicamente sus propios intereses a costa del bien común?

Por otra parte, en nombre de esta memoria histórica, es necesario mantener en estas alianzas una cercanía crítica, recordando que el mundo justo, pacífico y digno ha de construirse diario congruentemente. Aliarse es corresponsabilizarse de una agenda común, recordar que lo que demandamos son derechos para todas las personas y no favores ni privilegios, pues de lo contrario las cosas se mantendrán en la lógica del “quítate tú para ponerme yo”, a costa de los derechos y la dignidad humana.


ACTUAR
Alianzas por la seguridad ciudadana en tiempos de tomar decisiones

A partir de lo anterior, la Seguridad Ciudadana se asume como un derecho que fundamenta a los otros derechos y también como un criterio para la construcción de ciudadanía: ejercer ciudadanía es una forma de reforzar la seguridad y la vigencia de los derechos, y para ejercer ciudadanía es necesario contar con la seguridad de que se respetarán los derechos humanos.

El Enfoque de Seguridad Ciudadana puede funcionar como un criterio para establecer acciones comunitarias donde los llamados “grupos vulnerables” no sean vistos como receptores de “caridad”, sino como aliados en el fortalecimiento de la seguridad, es decir, como parte de la solución y no como parte del problema, fomentando el tejido social a través de la participación y el ejercicio corresponsable de derechos.

Construir alianzas desde el Enfoque de Seguridad Ciudadana es fortalecer más aún el tejido social, al sumar fuerzas y capacidades a favor de los derechos y la corresponsabilidad ciudadana, que a su vez se vuelven criterios para orientar el contenido que deben tener estas alianzas. Cada actor de la alianza debe ser artífice de la paz promoviendo y respetando los derechos, nuestra forma de convivir tiene que estar marcada por el respeto a la dignidad de los demás. Entre las posibles alianzas habría que incluir a movimientos claramente comprometidos con los derechos de diferentes grupos como los de defensa de los derechos de las mujeres, de migrantes, movimientos por la tierra o el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Tocará a cada comunidad la tarea de informarse y discernir con qué grupos y movimientos aliarse, y hasta qué punto, por ejemplo difundir entre vecinas y vecinos información sobre actividades, acudir a las mismas, apoyar en especie o en efectivo estas actividades, etc.

Así, es preciso insistir en que los sujetos y los responsables del Derecho a la Seguridad son varios: el gobierno en sus tres órdenes, las comunidades locales, las familias y cada ciudadana y ciudadano, para facilitar la empatía y la comunicación con el resto de la comunidad, de manera que se propicie en cada uno de estos sujetos el desarrollo de habilidades para vivir seguramente y para contribuir a la seguridad ciudadana en sus entornos a partir de que todas y todos ejerzan corresponsablemente sus derechos.



[1] Se presentan datos sobre la región debido a la debilidad de los sistemas de información en México, aunque sabiendo que las características del país responden por completo al patrón regional, como a cada una y cada uno de nosotros nos consta por experiencia cotidiana.
[2] Tasa por 100,000 habitantes.
[3] Programa ONU-Habitat, Guía para la prevención social. Hacia políticas de cohesión social y seguridad ciudadana, 2009, p.12.
[4] Ídem, p.15. Para México, el costo de la inseguridad es del 15% del PIB (Ídem, p.17).


FUENTE: Misión por la Fraternidad 2012

lunes, 21 de noviembre de 2011

ADVIENTO2011, HILO1: Tejiendo alianzas por la paz (MPF2012)

HILO 1
Tejiendo alianzas por la paz


VER
La creación gime dolores de parto:
una realidad de violencia estructural que interpela nuestros corazones

Vivimos en México uno de los momentos más dolorosos de nuestra historia, caracterizado por una violencia e inseguridad estructurales, cuyas raíces más profundas son la pobreza y la desigualdad generadas por un modelo económico y político que ha sumido a nuestra nación en una absurda situación de guerra que ha cobrado la vida de más de 50 mil personas los últimos tres años.

Este agravamiento social, de dimensiones insostenibles para la sobrevivencia cotidiana de la población a lo largo y ancho del territorio nacional, ha sido detonado en gran medida por la estrategia militar impulsada desde el gobierno federal en un supuesto combate al crimen organizado, pero, lejos de arrojar resultados positivos, ha provocado más muertes sobre todo de gente inocente.

En una carta de los obispos católicos mexicanos, Exhortación Pastoral de los Obispos al Pueblo de México con motivo de la violencia en el país “Que en Cristo Nuestra Paz, México tenga Vida Digna”, de febrero de 2010, se realiza precisamente un análisis de la realidad en clave de inseguridad y violencia, confirmando que las situaciones ya mencionadas no son “hechos aislados o infrecuentes”, sino que se trata “de una situación que se ha vuelto habitual, estructural, que tiene distintas manifestaciones y en la que participan diversos agentes” (n. 10).

También señala que las causas profundas de esta crisis de inseguridad y violencia, son principalmente “la desigualdad y la exclusión social, la pobreza, el desempleo, los bajos salarios, la discriminación, la migración forzada y los niveles inhumanos de vida, exponen a la violencia a muchas personas: por la irritación social que implican; por hacerlas vulnerables ante las propuestas de actividades ilícitas y porque favorecen, en quienes tienen dinero, la corrupción y el abuso de poder” (n. 28).

Otro de los factores principales de que los graves problemas sociales que hoy vivimos no estén en vías de solución adecuada, ha sido colocado por algunos expertos en el hecho de que la estrategia de seguridad del gobierno federal tenga la militarización como único camino de combate al crimen organizado, careciendo de una visión integral, que considere la desigualdad y la pobreza y que vaya acorde a las dimensiones de la problemática.

Si sumamos a ello que la clase política falta continuamente a su compromiso con la sociedad ante la indignante situación de desastre nacional, ya que legisla a su beneficio y mina cada vez más nuestras instituciones democráticas; y que la publicidad en los medios masivos de comunicación está orientada a favorecer los intereses de un pequeño grupo de poder y a desvirtuar la defensa pacífica de los derechos humanos; nos hallamos en una gran encrucijada, que no puede mantenernos inertes.

Sobre todo, cuando lo anterior apunta a una clara intención de nuestras autoridades de entregar el territorio y la soberanía nacional, mediante la privatización y la militarización que ocasiona la creciente pérdida de libertades individuales y colectivas.

No vale más el argumento de que la violencia es un hecho aislado, propio de algunos lugares allá muy lejos de nuestra cotidianidad. NO es verdad. La realidad es totalmente otra y dura: la violencia y la guerra existen como el componente esencial de nuestra cultura, y afecta todos los estratos de nuestra vida. Por ello, mucho menos debe valer el argumento de que, como la violencia no me afecta, entonces no me siento responsable de ayudar a quienes son víctimas de ella. La indiferencia es quizás una de las formas más sutiles y certeras de violencia. Ante esta realidad vale preguntarnos:

  ¿Cómo se manifiesta en nuestra localidad o comunidad este escenario presentado?
  ¿Cuáles son sus causas más visibles? ¿Y las invisibles? ¿Quiénes son los responsables?
  ¿Qué papel jugamos nosotros/as en la violencia estructural? ¿Somos víctimas? ¿Victimarios? ¿Indiferentes?


PENSAR
La paz esté con ustedes (Jn 14:27):
inspirándonos en un evangelio que nos compromete con la paz y la justicia

Desde la fe, la realidad ya descrita, tal vez nos provoque sentimientos encontrados: un mal sabor de boca por el silencio o complicidad de las estructuras religiosas con la estrategia de guerra del Estado; muchas preguntas que se hacen a las religiones, preguntas que quedan sin respuesta o con desafortunadas posturas anti-éticas. Bien recuerda el teólogo Pablo Richard que los pobres ya no luchan hoy solamente contra las clases opresoras y sus mecanismos de explotación, sino también contra los fetiches e ídolos de opresión del sistema dominante, donde se da incluso la justificación religiosa de la guerra, donde los dioses exigen el sacrificio humano de gente inocente para alcanzar purificación y salvación. Es una fe perversa la que aún sostiene esto. ¿Qué le pasa a las religiones y sus prominentes líderes? ¿Cuándo el inocente, a quien deben proteger a toda costa, se convirtió en el costo de la liberación? ¿Qué le pasa al Estado que sacraliza la guerra y a sus ejércitos?

Tenemos que apostar, en cambio, por otra fe, aquella que hoy puebla los corazones de muchas y muchos, ante el hartazgo de la violencia y la impunidad. Una fe (religiosa y no) en lo humano, en la paz, en otro camino posible libre de violencia. Esa fe sostiene el camino y el caminar de las y los hacedores de paz, e invita a despertar del letargo o del miedo, que nos arrincona, nos esconde del otro y al otro. No podemos justificar la violencia tanto como no podemos permanecer impasibles ante ella. Desde la fe, hemos de sentirnos convocadas y convocados, interpelados, a tomar postura y sumarnos a la paz como camino de reconciliación nacional, reconciliación de unos con otros, para salir de la apatía (que significa la negación del sufrimiento propio o ajeno) y sumar esfuerzos.

Hoy la fe y la esperanza se tornan fundamentales, sea que profesemos una creencia u otra, o ninguna; nada nos exenta de ser humanos, hermanas y hermanos. El caminar empieza, y no habrá un final deseado sin el apoyo de todas y todos.

En el corazón de este camino está el evangelio judeo-cristiano: la No-violencia activa, la certeza de que no hay camino para la paz, sino la paz es el camino (M. Gandhi). Es un cambio de paradigma hacia el sentido común que nos dice que no se puede hacer la paz a partir de la guerra y la violencia, y que no podemos responder a las provocaciones con violencia, pues significaría sumirnos en la interminable espiral del “ojo por ojo, diente por diente”. Antes anteponer el saludo de paz: el Shalom que es paz y vida digna y justa para todas y todos, incluidos nuestros enemigos.

Frente a la tentación de la violencia, el Evangelio propone la alternativa de la paz, que puede tomar muchas formas y que en la praxis de Jesús significa el acuerpamiento (ponernos cuerpo a cuerpo, acercamiento entrañable) de las comunidades como acompañamiento de nuestras soledades (consuelo) y aislamientos provocados por el miedo. La experiencia de la violencia y el sufrimiento humano debe tocar nuestro corazón de piedra y hacerlo corazón de carne y animarnos a caminar por el camino de la paz.

Es un reclamo legítimo el que hacen los familiares de 50 mil víctimas cuando preguntan: ¿donde están más de 100 millones de mexicanos y mexicanas? Y es nuestra responsabilidad cristiana responder, no sólo personalmente, sino hacer todo lo posible para que la voz de las víctimas rompan el silencio impuesto al tema de la guerra y a sus consecuencias en la vida cotidiana de miles y millones de personas. No puede seguir negándose una realidad que devasta el país.

Nuestra respuesta sensible al dolor humano, es hoy una promesa que le hacemos al mundo, un don necesario que nadie puede exigir, sólo otorgar voluntariamente y así recuperar nuestra humanidad perdida.

¿Qué podemos hacer al respecto, cuando además parece que vivimos en una sociedad mexicana indolente e indiferente ante el dolor y la pobreza ajenos? Aquí tenemos un enorme reto, un largo y arduo camino por recorrer. ¿Dónde están? Ha sido la pregunta recurrente de muchas y muchos que han perdido a sus hijos, hijas, hermanos, hermanas, padres, madres, compañeras, compañeros. ¿Dónde están nuestros desaparecidos, dónde los culpables, dónde las autoridades, dónde la justicia…? Y ¿dónde está la sociedad? ¿Dónde la solidaridad con lo humano?

Podríamos añadir, ¿dónde están las iglesias?, cuya misión precisamente, además del consuelo y alivio del dolor humano, es ser abogadas de la justicia. ¿Dónde está la fe comprometida con la dignidad? ¿Dónde una fe activa que no cierra los ojos ante el pueblo que ha caído a un lado del camino, herido de muerte por criminales y sus encubridores? Siendo más de 100 millones de personas que dicen profesar una fe en nuestro país, ¿por qué el abandono de las causas de la justicia?

La realidad de sufrimiento, como venas abiertas que no sanan sino se abren más y más, ¿nos va a mantener impasibles?, ¿temerosos?, ¿indiferentes? Más que nunca estamos invitadas e invitados a la reflexión profunda y ética, sobre lo humano, sobre la fragilidad, sobre la miseria, sobre la corrupción de la que formamos parte, si no nos oponemos abiertamente a ella.

Como recuerda el pastor metodista César Pérez, a propósito de la Caravana por la Paz que recorrió el norte del país, los días 4 al 11 de junio de 2011, llevando consuelo y esperanza:

"Nuestra presencia como cristianos se vuelve realidad cuando como personas asumimos la responsabilidad de unirnos en solidaridad con aquellos que sufren violencia. El Reino de Dios lo construyen los valientes y, valientes son los que recorren los caminos de México llevando el mensaje de paz con justicia que nos animan a mantener viva la fe y la esperanza..."

Esta presencia (cristiana y no, de fe, atea, agnóstica… pero profundamente humana) puede ser el comienzo de una nueva historia y un nuevo rumbo para nuestro país, y requiere la participación de todas y todos.


ACTUAR
Bienaventuradas/os las y los que trabajan por la paz (Mt 5,9)

En un pronunciamiento de las iglesias ante la situación de violencia nos convence de que “el cambio que requiere el país debe iniciarse al interior de la persona reconociendo toda forma de violencia en lo cotidiano y comprometiéndonos a erradicarla en nuestra familia, en la pareja, en el trabajo, en la sociedad; con acciones afirmativas y expansivas, como las hondas provocadas por la piedra en el agua, que logran transformar la realidad desde la fe, desde la relación profunda con el Señor de la historia y en íntima relación con los más pobres, con las víctimas, mis hermanos y hermanas”. (Posicionamiento de las iglesias por la paz, 12 de septiembre de 2011.)

Los acontecimientos de creciente inhumanidad, violencia y dolor que padecemos las y los mexicanos sacuden nuestra conciencia y atizan el corazón. Con la fuerza del amor, la verdad y la justicia, mujeres y hombres de fe de este país podemos ser agentes de paz, promotores de la concordia y la reconciliación. ¿Qué acciones concretas podemos hacer ante estos sucesos que constriñen el espíritu y amenazan la integridad de tantos y tantas compatriotas?

Ante este vacío en el estado de derecho y la incapacidad del Estado para asegurar el bienestar de la población, son los sectores más vulnerados quienes hoy reinventan salidas y dan respuesta a la violencia institucionalizada en el país. Sobre la base de la singular experiencia de la espiritualidad de la liberación, con la cual se han alimentado las luchas, muchos cristianos y cristianas en el continente y en el mundo, pero que también ha entrado en diálogo y fusión con otras espiritualidades: autóctonas, orientales, filosóficas, políticas… muchos movimientos, grupos, procesos se inspiran para una transformación en perspectiva de paz por la justicia, y desde la base hacia la transformación estructural de nuestras sociedades.

Siguiendo este itinerario, estamos llamados y llamadas a ser iglesias por la paz, reconocer con humildad y autocrítica que no hemos realizado nuestra misión evangelizadora con la fuerza y energía que hoy la situación amerita; y comprometernos a trabajar públicamente por la justicia, la verdad y el amor en el camino de la no-violencia y la resistencia civil pacífica.

El evangelio nos convoca a que, con creatividad y entusiasmo, entre otras cosas:
ü  Coloquemos por delante de nuestras acciones la defensa del oprimido y de las víctimas de la violencia en nuestro país, como sujetos activos de transformación.
ü  Nuestro anuncio, y sobre todo nuestras acciones por la paz salgan de la comodidad de nuestros templos y sean escuchados en las plazas públicas, que llegue a todas las gentes en todos los rincones del país.
ü  Desde el profetismo, la fe, la espiritualidad que nos comprometamos a hacer del Evangelio una acción para la paz que nazca de la justicia.
ü  Exijamos desde ya una reforma política integral por parte del gobierno, que atienda a la verdadera causa de la inseguridad y la violencia en nuestro país, que es la injusticia social y económica.
ü  Asumamos el firme compromiso de emprender acciones conjuntas, organizadas, como iglesias y personas de fe, para que la justicia y la paz se besen en nuestro adolorido territorio mexicano (Sal 85,10).

  ¿Qué acciones concretas nos sugiere este itinerario, para nuestro barrio, comunidad, pueblo?
  ¿Qué causas conocemos en lo local, regional nacional que trabajan por la paz?
  ¿Con quiénes podemos y tenemos que aliarnos para hacer posible la paz que nazca de la justicia?

Oración pública por la paz
Tras haber reflexionado sobre la necesidad de aliarnos por la paz; convoquemos al mayor número de personas, iglesias, comunidades, grupos de fe, jóvenes a un acto público de denuncia de la violencia y anuncio de la paz. Con actividades culturales, alternativas, reflexivas, para encontrar más y más caminos de paz.

Puede concluirse el acto recitando todas y todos juntos la siguiente oración por la paz:

Renueva tu paz en medio de tu pueblo

Queremos pedirte
paz para aquellos que lloran en silencio;
paz para los que no pueden hablar;
paz cuando parece que todo perece.

Renueva tu paz en medio de tu pueblo.

En medio de la ira, la violencia y el desencanto,
de las guerras y la destrucción de la tierra:
muéstranos, en esta oscuridad, tu luz.

Renueva tu paz en medio de tu pueblo.

Queremos pedirte
paz para aquellos que alzan su voz en reclamo;
paz cuando muchos no la quieran escuchar;
paz mientras hallamos el camino y a la justicia.

Renueva tu paz en medio de tu pueblo.

(Imagina la Paz, Celebraciones, 2009, Consejo Mundial de Iglesias)

MPF 2012/ADV-NAV: TEJIENDO NUEVAS ALIANZAS PARA LA VIDA



MISIÓN POR LA FRATERNIDAD 2012
TIEMPO DE ADVIENTO Y NAVIDAD

Tejiendo nuevas alianzas para la vida
Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. (Jn 10, 10)


PRESENTACIÓN

En este ambiente de espera y preparación que es el tiempo de Adviento, presentamos estas propuestas de reflexión y acción que alimenten el trabajo realizado por la paz y la justicia en nuestro país. Mirar la realidad que estamos viviendo puede ser muy doloroso, puede ser “chocante”, y sin embargo necesario, para no caer en el grave pecado de la indiferencia.

Como mencionó Emilio Álvarez Icaza en una conferencia en el marco de la Jornada Teológica del Norte (Cd.de México. 5-8 octubre del 2011), al escuchar los testimonios de la realidad en el norte y sur del país: “Tenemos testimonios que nos hacen pensar que no hay corazón para tanto dolor”. Ese dolor nos mantiene con fuerza para proclamar más que nunca la esperanza. Tenemos esperanza y tenemos confianza en mujeres, hombres, niñas, niños y jóvenes que hacen posible un mundo diferente cada día con su trabajo, con su sonrisa, con su voz levantada en las calles, con su abrazo, con su saludo y su vida plena de testimonio de vida.

La violencia y la muerte no son la única palabra en nuestro país ahora necesitado de profetas y de valientes que abandonen la silla frente al televisor para salir a la calle, para poner una pancarta en su ventana, para salir a solidarizarse con los familiares de las víctimas, para exigir a las autoridades que hagan bien su trabajo y para atreverse a decir que se puede vivir de otra manera.

Es necesario hacer alianzas con quienes nos confrontan en las plazas venciendo su dolor para decir que todavía se tiene fe en Dios y en la humanidad.

La lógica es mantener la esperanza en los hechos. Recordemos esas palabras de Mateo 11, 12. “Al reino de Dios se le hace violencia y los violentos lo arrebatan”, no hay que ceder terreno. El reino no cede terreno. En este estado de cosas en que el monstruo consume todo, y amenaza con comer la esperanza, el reino no cede[1].

Seguimos en la esperanza tejiendo poco a poquito nuestro mantel para la mesa del banquete con todas y todos, para un banquete de paz, justicia, calidad de vida, cuidado a la creación y comunidad humana. ¿Será esto posible? Al menos es nuestra esperanza que vamos haciendo posible con pequeños signos: los migrantes ven respetada su dignidad de personas en varios albergues, las mujeres reciben apoyo frente a la violencia, los familiares de las víctimas son arropados con solidaridad de muchas personas, las niñas y niños ven posible vivir sus derechos, la tierra es defendida y llamada “Madre”, la salud es atendida sin ser vista como negocio, las comunidades macroecuménicas se encuentran en el diálogo e intereses comunes, el diálogo interreligioso es posible en muchos espacios, la participación ciudadana va más allá del voto y el ejemplo de nuestras comunidades indígenas nos hace pensar que se puede hacer frente al sistema.

A estos signos queremos sumarnos con esta propuesta de Misión por la Fraternidad 2012, que tiene como lema: “TEJIENDO NUEVAS ALIANZAS PARA LA VIDA”. La reflexión se apoya en las palabras de Jesús que resuenan también como promesa desde nuestro contexto nacional: He venido para que tengan vida y la tengan en plenitud.” (Jn 10, 10)

Para que esa vida fuera posible, Jesús, en los años que dedicó a proclamar el Reino, hizo alianzas: con el Padre, con su pueblo, con personas (Los Doce, Magdalena, Martha y María, mujeres que le seguían y apoyaban, José de Arimatea, Juan Bautista) y con algunos grupos emergentes de su tiempo (enfermos, pecadores, mujeres, niñas y niños, pobres). También aprovechó signos que se estaban dando en su contexto y desencadenó un movimiento al que se unieron e hicieron alianza otras y otros que buscaban la paz y la justicia. He ahí el sentido de la propuesta: ¿Con quiénes hacer hoy alianza para una vida nueva donde sean mayormente posibles los signos del Reino?

El desafío será seguir nuestros esfuerzos desde las pequeñas comunidades y unirlos con quienes tienen proyectos más amplios, continuar la reflexión comprometida y hacer alianzas con quienes trabajan por la paz y la justicia. Esto último requiere que llevemos a cabo tareas de análisis comunitario desde la fe y también un discernimiento cristiano que tiene de frente la realidad de los 50 mil muertos en la guerra contra el crimen, 10 mil desaparecidos, cientos de migrantes asesinados, desapariciones y muerte de cientos de mujeres en Cd. Juárez y el Edo. de México y muchas niñas y niños a quienes no se les hace justicia frente al abuso, explotación laboral y muerte (49 niños de la Guardería ABC sin resolver) y el clamor de nuestra Tierra ante la contaminación y la destrucción masiva.

Este discernimiento no debe olvidar por supuesto, menos que nunca, todos los signos de esperanza que tenemos pues esos son los hilos para tejer este mantel desde una nueva perspectiva ecuménica. Por lo mismo, los materiales hacen el esfuerzo de vincular la reflexión tanto católica como de otras Iglesias Cristianas de Tradición Protestante.

Que la reflexión de Guadalupe, Adviento, Navidad y Epifanía nos renueven el compromiso, entusiasmo y solidaridad por el bien de todas y todos. ¡Mucho ánimo, es posible abrir caminos de esperanza!


LES DESEAMOS FELICES FIESTAS
Equipo de Servicio de la Misión por la Fraternidad





INTRODUCCIÓN


TEJIENDO NUEVAS ALIANZAS PARA LA VIDA, es una propuesta que Misión por la Fraternidad hace para este año, teniendo como tema marco las Alianzas de Jesús.

En el caso de Jesús, descubrimos que no trabajó solo, sino que buscó personas con quiénes unirse para proclamar el reino. Hizo alianza con el pueblo, hizo alianzas con los más sencillos y humildes y con quienes buscaban la vida. Y, por supuesto, hizo alianza con su Padre. ¿Con quiénes hacemos alianzas nosotros?

Los hilos con los que iremos tejiendo nuestras alianzas son las acciones que realizamos y que simbólicamente van tejiendo un mantel para la mesa del banquete. Los hilos, son los signos del reino que vamos haciendo posibles en cada grupo y comunidad. Son hilos de muchos colores, como diferentes son nuestros trabajos. Esos hilos representan también las alianzas que hizo Jesús: por la Paz, por la Seguridad Humana (justicia y respeto a la dignidad de la persona), por la Solidaridad y por el Bien Común.

Por lo tanto, los temas de este año nos proponen continuar y/o empezar:
  1. Tejiendo alianzas por la paz
  2. Tejiendo alianzas por la seguridad humana
  3. Tejiendo alianzas por la solidaridad
  4. Tejiendo alianzas por el bien común
  5. Tejiendo alianzas para la acción

En la urgencia que nos presenta la realidad no olvidemos concretizar al menos un compromiso comunitario. Cada hilo nos anima a sumarnos a acciones que ya están marchando, sin embargo, cada grupo o comunidad sabrá mejor lo que es posible realizar. Hagamos el esfuerzo de incluir a todas y todos en la reflexión, algunos temas incluso, como el de Navidad y Epifanía, incluyen dinámicas para que las niñas y niños participen, no olvidemos su voz, ya que generalmente son los que más acuden a las celebraciones de este tiempo.




LAS ALIANZAS DE JESÚS


El Dios de Jesús hace alianza con su pueblo
Jesús se acerca al Jordán (Bautismo), busca a Dios. Se manifiesta humilde y, junto con otras gentes, pide recibir el bautismo de Juan. Jesús se pone ante Dios en una total disponibilidad.

La experiencia de Dios fue central y decisiva en la vida de Jesús. Dios se le manifiesta como su Padre y se siente lleno de su Espíritu.

Ahora Jesús manifiesta que Dios es el Padre de todos, que quiere para sus hijos e hijas una vida más digna, amable y dichosa para todos, todas.

Experimenta al Dios Amigo, cercano, liberador, preocupado por la felicidad de los pueblos.

Siente al Dios cercano que actúa en la vida, movido por su ternura hacia los que sufren. El Dios que actúa en el presente, del lado de las víctimas.

Se encuentra con el Dios de la Alianza: Yo seré tu Dios tú serás mi pueblo.

Dios se le manifiesta como nuestro mejor aliado en la búsqueda de nuestra felicidad, bienestar, salud, paz, el disfrute de la vida.

Tejiendo alianzas para la Vida digna del ser humano, de la comunidad
A raíz del encuentro de Jesús con el Padre, Jesús, se manifiesta como enviado a promover la justicia de Dios y su misericordia. Se siente empujado a liberar a la gente de miedos y esclavitudes que les impiden ver a Dios, como Amigo de la vida y de la felicidad de sus hijos e hijas.

Jesús empieza por manifestarse en Galilea, la región de los pobres, de los inconformes. Entre la gente sencilla, poco culta, que viven de su trabajo, pescadores, algún cobrador de impuestos, mujeres. Con ellos y ellas hace alianza, en eso de proponer una vida nueva, alternativa, diferente, basada en la ley del amor… Manifiesta el amor que comparte, el amor que reconoce la dignidad de cada persona, sin importar raza o condición social o religiosa, el amor que aliviana a los más vulnerables, necesitados, marginados, el amor que perdona.

Tejiendo alianzas para la Vida con los otros y las otras
Jesús, desde que empieza su vida de caminante, va dando buenas noticias, proponiendo una manera nueva de vivir y se da cuenta de que esa tarea no es para Él solo, busca alianzas, escoge a compañeros y luego se suman mujeres interesadas en la propuesta de Jesús.

Jesús da criterios de nuevas alianzas: Todo el que cumple la voluntad de mi Padre ése es mi hermano, mi hermana, mi madre. Son ellas y ellos las mejores aliadas, aliados.

El que no está contra nosotros está con nosotros en la búsqueda de la felicidad y la vida plenas de la gente.

Los y las que promuevan la justicia de Dios y su misericordia, los y las que buscan liberar a gentes de sus miedos y esclavitudes, los y las amigas, amigos de la vida y la felicidad de todos, todas las hijas, hijos de Dios. En ellos y ellas encontraremos aliados, aliadas, en la búsqueda del sueño de Dios: Que todos y todas sus hijas e hijos tengan la vida en abundancia, como lo manifestó Jesús.

Si algo desea el ser humano es vivir y vivir bien. Si algo busca Dios es que ese deseo se haga realidad. Dios es nuestro mejor aliado para buscar la felicidad.

Una Nueva alianza
Jesús vino a manifestar lo que a Dios le interesa: El bienestar, la salud, la convivencia, la paz, la familia, el disfrute de la vida.

Jesús no puede pensar en Dios sin pensar en su proyecto de transformar el mundo. Humanizar la vida, hacer realidad el reino de justicia entre los hombres y mujeres.

Dios quiere ver a sus hijos llenos de vida: Es el mensaje de las personas curadas por Jesús.

Todos los hombres y mujeres de buena voluntad que se identifiquen con esta manifestación de Dios, de Jesús, de su Espíritu, serán nuestros aliados y aliadas.

Jesús, antes de que le arrancaran la vida en la última cena, nos invita a esta Nueva Alianza.




[1] Comentario de Doris Mayol. Pastora Bautista en la Conferencia Paz y Derechos Humanos. Cd. de México octubre 2011.

FUENTE: MISION POR LA FRATERNIDAD 2012